martes, 18 de noviembre de 2008

Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad (05-08-08)


Se calcula que la Tierra podría alimentar actualmente a una población de 12.000 millones de personas. El cálculo matemático es muy simple: si somos 6.000 millones de habitantes y 4.000 de ellos están empobrecidos, quiere decir que los 2.000 millones restantes consumimos recursos y alimentos para abastecer a 12.000 millones, es decir que poseemos 6 veces más de lo que necesitamos, recursos y alimentos que robamos sin ningún rubor a los países subdesarrollados.


El sistema de vida occidental es de un egocentrismo increíble, vivimos inmersos en un mar de egoísmo, ambición y extremismo. Más allá de la supervivencia instintiva (aquella que nos permite perpetuarnos como especie), vivimos una supervivencia emocional cuya meta principal es el afán de dominio. Nuestro nuevo Dios es el dinero, le idolatramos, le veneramos, somos una sociedad de mercado. Mientras que nuestro mundo está cada vez más acelerado (conseguir más y más lo más rápido posible) el hombre, como individuo, se vuelve más pasivo, no se mueve, se autoconsume. No tenemos sentido del límite y no existe una voluntad real en la mayoría de las personas para la redistribución de la riqueza, más allá de las grandes frases, de los eslóganes más “radicales” y de la apatía consentida.


¿Cómo concienciarnos de la necesidad de un cambio radical en nuestra forma de vida? La solución no es tan simple como podría parecer. Estamos condicionados por nuestro entorno, por los valores inculcados. Es un círculo vicioso: La conciencia y la presión social deben venir a través de la educación y desde el poder no hay el menor interés en educarnos contra él.


El resultado no es bueno para nadie:


En occidente sufrimos enfermedades que hace 500 años no eran una epidemia sino anécdotas: obesidad, hipertensión, enfermedades coronarias, etc. Además, paradójicamente, cuanto más tenemos, más infelices somos, necesitamos más, convertimos en necesidades primarias bienes materiales con los que la humanidad ha podido sobrevivir antes de que existieran. No nos importa ser, nos importa parecer. Sufrimos una paranoia colectiva de inquietud, desequilibrio, incertidumbre, miedo, inseguridad orquestada con bombo y platillo por el Poder Económico.


Mientras tanto, en los países subdesarrollados mueren y sufren tremendas secuelas causadas por el hambre y las guerras. Guerras consentidas por EEUU y la UE, guerras subvencionadas por las grandes multinacionales.


Un informe del Banco Mundial afirma que la etnia, raza o religión juegan un papel poco significativo en las guerras actuales, pero las posibilidades de una guerra civil se disparan cuando se descubre petróleo. El mapa de las guerras de las últimas cuatro décadas coincide, casi en su totalidad, con el mapa de las riquezas naturales de la Tierra: rubíes camboyanos, esmeraldas colombianas, cobre de Nueva Guinea, coltán congoleño, petróleo del Golfo Pérsico, diamantes en Angola, madera en Brasil, Indonesia y Liberia...


El petróleo, el agua, la madera, los minerales (El Congo es rico en tántalo, mineral preciado para la fabricación de ordenadores, móviles videoconsolas, lentes fotográficas y aparatos quirúrgicos), las plantas (robo de recursos biológicos por las multinacionales farmacéuticas, químicas y agricultoras), el comercio de armas, las mafias narcotraficantes....


En vez de esperar que los gobiernos actúen, deberíamos de reflexionar de manera individual cada vez que cogemos el coche, cada vez que compramos todos esos productos envueltos en plásticos derivados del petróleo. Deberíamos reflexionar cuando abrimos el grifo, cuando nos da pereza reciclar el papel, los plásticos, el vidrio, cuando nos compramos el móvil de última generación, cuando pagamos una fortuna por una crema antiarrugas, cuando nos metemos una raya de coca, cuando atascamos nuestras arterias, cuando utilizamos esas manidas excusas de "Si se pudiera hacer algo..." o "Me preocupan más los problemas de mi país que me son más cercanos...." Yo soy culpable... ¿y tú?


Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad - Confucio

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